En estos tiempos que corren parece evidente que Ortega no esté de moda y que una noticia como la muerte de Paulino Garagorri pase casi desapercibida en los medios de comunicación. Hoy todo va demasiado rápido en nuestra vida, tan rápido que rara vez tenemos tiempo de reflexionar en calma sobre las cosas. Si me pongo estricto diré que incluso eso de "tener tiempo" para pensar ya está mal dicho, porque el tiempo no es algo que se tenga o no se tenga, como se tiene o no se tiene un coche o un teléfono móvil, pero el caso es que no quiero aburrir ahora a nadie con mis ideas sobre esto.
La cuestión que me viene a la memoria es que a principios de siglo hubo una interesante polémica entre Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset. Unamuno, un hombre de arrebatos, mantenía una polémica constante con su entorno, cosa que se reflejó especialmente en su enfrentamiento contra Ortega. El mismo Ortega nos resume su posición sobre Unamuno y sus ideas:
Unamuno en mí y para mí es una herida que no quiero abrir; algo que deseo no tocar porque me revuelve impresiones casi de angustia que prefiero dejar dormidas. Nadie puede imaginar lo que he padecido con él.
Unamuno, perfirió centrarse en el dolor existencial de la duda como motivo vital, atribuyendo a su vez la noción de verdad a algo pragmático, cosa inaceptable para un filósofo como Ortega de tradición germana arraigada en Kant. Unamuno decía sobre Ortega:
No tengo nada objetivo que decirle, y no quiero molestarle con mis arbitrariedades y querellas. Que Dios, el Dios del engaño, le dé luces y fuerzas para engañar a sus discípulos con la filosofía e infundirles la suprema ilusión.
Dicen que cuando Unamuno murió un amigo supo que estaba muerto porque se había quedado dormido y uno de sus pies, cercano al fuego de un brasero, se encendió en llamas. El dolor también deja de ser.
2 comentarios:
Necrológica de Paulino Garagorri, publicada en el diario "La Nueva España" de Oviedo.
En la muerte de Paulino Garagorri
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LUIS ARIAS ARGÜELLES-MERES El 5 de julio de 2007 Paulino Garagorri, acaso el último gran discípulo de Ortega, acaba de irse, como dijera el maestro en su necrológica sobre Unamuno, «más allá de cualquier horizonte conocido». Su fallecimiento apenas ha despertado atención mediática. En tiempos de pensamiento blando, en días de recetarios débiles, la filosofía no se encuentra en su mejor momento. El orteguismo vive tiempos de orfandad. En los últimos años han muerto dos de los hijos del filósofo más preclaro que ha dado nuestro idioma, José y Miguel Ortega Spottorno. Muy poco después de cumplirse el cincuentenario de la muerte de Ortega falleció Julián Marías. Y ahora, en este verano de 2007, abandona la vida Paulino Garagorri.
Discreta e importante la tarea que llevó a cabo este discípulo de Ortega nacido en San Sebastián en 1916. También difícil y compleja. En los años ochenta Alianza empieza a reeditar la mayor parte de las obras del filósofo, que llevaban la nota preliminar de Garagorri. Casi siempre había añadidos con respecto a anteriores ediciones, de desigual importancia.
A este respecto, téngase en cuenta algo de sumo interés. A poco que se conozca la trayectoria vital e intelectual de Ortega se entenderán las enormes dificultades que entraña publicar parte no desdeñable de las obras del filósofo, sobre todo aquellos textos que se escribían para conferencias o cursos, que no estaban concebidos en principio como libros. Y no se olvide, de otro lado, que hay artículos políticos de Ortega que no se editaron en formato de libro hasta los años ochenta, ello sin perder de vista las obras inconclusas de Ortega, como «La idea de principio en Leibniz», donde no resulta nada fácil la ordenación del texto. Pues bien, la tarea de poner orden en todo esto fue llevada a cabo, entre otros, por Garagorri. También por nuestro Fernando Vela, cuya dedicación al orteguismo dista mucho a día de hoy de haber sido justamente reconocida.
Garagorri sustituyó en 1963 a Fernando Vela en la «Revista de Occidente». Y, dentro de las terribles limitaciones políticas de aquellos años, incorporó en lo posible aires de libertad a través de la empresa cultural más prestigiosa que había fundado el maestro cuarenta años antes.
Por otro lado, la presencia de Garagorri en la primera etapa de Alianza Editorial tuvo una relevancia innegable. No sólo se dedicó a poner prólogo y notas a las obras de Ortega, sino que se encargó también de otros grandes autores de nuestra Edad de Plata. Pongamos como ejemplo la edición de los «Escritos políticos» de Pérez de Ayala en 1967. Entre las últimas entregas de Garagorri recomiendo encarecidamente que el lector transite su «Introducción a Américo Castro» (Alianza, 1984).
Hombre discreto, enemigo de actuaciones circenses, que huyó en todo momento de cualquier protagonismo, sufrió, con todo, las represalias del último franquismo. En enero de 1969 es desterrado a un pueblo de la serranía de Cuenca, de cuyo nombre vale la pena acordarse: Tragacete. Se tomó tal medida por haber empleado la ironía a la hora de referirse al régimen en el transcurso de una de sus clases en la Facultad de Políticas de Madrid, donde era profesor de Filosofía.
Es injusto que la muerte de Garagorri pase desapercibida en la España de hoy. Y es lamentable que no se tenga presente para entender la España del momento lo que fue la filosofía como materia de enseñanza en la Universidad franquista. Una España y una Universidad que rezaron en ejercicios espirituales por «la conversión de Ortega», y no hay licencia literaria alguna en esto que digo. Una España y una Universidad que no apoyaron la candidatura de Ortega al premio Nobel. El dato que sigue es escalofriante: ni un solo profesor de Filosofía de la Universidad española apoyó la candidatura de Ortega al premio Nobel. ¿Cuántos españoles medianamente cultos conocen esta información? Nos tememos que muy pocos.
Se trata de la misma España y de la misma Universidad que no le dejaron sitio a Julián Marías en el Alma Máter, a pesar de su conservadurismo, pues era discípulo de Ortega y no se decantaba por aquel escolasticismo mohoso que se revivió en la Universidad española a partir de la posguerra. Una España cuya prensa no se hacía eco de los enormes reconocimientos que Ortega tenía en Europa y en Estados Unidos durante los últimos años de su vida.
Paulino Garagorri fue un orteguiano en tiempos difíciles. Un hombre cuya elegancia abominaba de los brazos en alto y de la filosofía de los tonsurados a los que se refería el maestro Ortega en su libro inacabado sobre Leibniz.
Orteguiano en tiempos difíciles. Discreto y elegante a lo largo de toda su vida. Ortega fue su circunstancia vital y profesional.
Sirva este artículo de recordatorio y desquite hacia una figura muy relevante dentro del orteguismo, un orteguismo que tiene mucho que decir en la España de hoy, que vuelve la espalda a todo lo que no sea pensamiento blando, a todo lo que no sea fárrago de encargo, a todo lo que no sea en materia de pensamiento efímero e inconsistente.
Gracias por copiar aquí ese artículo. Refleja de forma brillante el olvido injusto al que han pasado Ortega, sus discípulos y su forma de pensar.
Un saludo,
alshain
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