En estos tiempos que corren parece evidente que Ortega no esté de moda y que una noticia como la muerte de Paulino Garagorri pase casi desapercibida en los medios de comunicación. Hoy todo va demasiado rápido en nuestra vida, tan rápido que rara vez tenemos tiempo de reflexionar en calma sobre las cosas. Si me pongo estricto diré que incluso eso de "tener tiempo" para pensar ya está mal dicho, porque el tiempo no es algo que se tenga o no se tenga, como se tiene o no se tiene un coche o un teléfono móvil, pero el caso es que no quiero aburrir ahora a nadie con mis ideas sobre esto.
La cuestión que me viene a la memoria es que a principios de siglo hubo una interesante polémica entre Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset. Unamuno, un hombre de arrebatos, mantenía una polémica constante con su entorno, cosa que se reflejó especialmente en su enfrentamiento contra Ortega. El mismo Ortega nos resume su posición sobre Unamuno y sus ideas:
Unamuno en mí y para mí es una herida que no quiero abrir; algo que deseo no tocar porque me revuelve impresiones casi de angustia que prefiero dejar dormidas. Nadie puede imaginar lo que he padecido con él.
Unamuno, perfirió centrarse en el dolor existencial de la duda como motivo vital, atribuyendo a su vez la noción de verdad a algo pragmático, cosa inaceptable para un filósofo como Ortega de tradición germana arraigada en Kant. Unamuno decía sobre Ortega:
No tengo nada objetivo que decirle, y no quiero molestarle con mis arbitrariedades y querellas. Que Dios, el Dios del engaño, le dé luces y fuerzas para engañar a sus discípulos con la filosofía e infundirles la suprema ilusión.
Dicen que cuando Unamuno murió un amigo supo que estaba muerto porque se había quedado dormido y uno de sus pies, cercano al fuego de un brasero, se encendió en llamas. El dolor también deja de ser.